La Fe Católica

Jaime Reportándose

El sacerdote hacia su recorrido por la iglesia cada mediodía. Hace ya un tiempo, un día al abrir la puerta,  se encontró un hombre sin afeitar, con una camisa gastada y un abrigo viejo y deshilachado. El hombre se arrodilló, inclinó la cabeza, luego se levantó y se fue.

Aquello fue el comienzo de una rutina diaria. Siempre llegaba al mediodía, se arrodillaba levemente y volvía a salir. El sacerdote empezó a sospechar un poco, quizás se trata de un ladrón que está esperando el momento oportuno, pensó.  Por ese motivo aquel día se puso en la puerta de la iglesia y cuando el hombre se disponía a salir le preguntó: “Dígame Amigo que hace aquí”. El hombre le contó que trabajaba cerca y que al mediodía tenía un rato libre para almorzar.  Aprovechaba ese momento para rezar “Solo me quedo unos instantes, Padre, la fábrica queda un poco lejos, así que solo me arrodillo y digo: Señor solo vine para agradecer lo feliz que me haces. Te pido perdón por mis pecados. No sé muy bien como rezar, pero pienso en ti todos los días, así es que, Jesús, este es Jaime Reportándose”.

 

Confesión ante Jesús

El sacerdote un poco avergonzado interiormente le dijo a Jaime que estaba muy bien lo que hacía y que era bienvenido a la iglesia cuando quisiera. Luego el sacerdote después de despedir a Jaime se arrodilló frente al Santísimo y repitió la plegaria: “Señor solo vine para agradecer lo feliz que me haces, te pido perdón por mis pecados. No sé muy bien como rezar, pero pienso en ti todos los días, así es que, Jesús, soy yo Reportándome”.

Jaime y el sacerdote se hicieron amigos. Jaime se confesaba y recibía a Jesús en la Eucaristía con gran devoción. El padre, por su parte, aprendía mucho de la pureza y la Fe de Jaime. Cierto día el sacerdote notó la ausencia del viejo Jaime. Los días siguieron pasando sin que Jaime volviera a la iglesia. El padre comenzó a preocuparse y fue a la fábrica a preguntar por él. Allí le dijeron que el viejo Jaime estaba enfermo en el hospital, también le contaron que, desde que Jaime se internó se notaba mucho su ausencia, aunque no le demostraban mucho, todos lo querían y ahora lo extrañaban.

Cuando llegó al hospital la enfermera le dijo que no podía entender porqué a Jaime se le veía tan contento, “Ningún amigo ha vendido a visitarlo y él no tiene a quien recurrir”.  Jaime escuchó esas palabras y le dijo al Padre: “Esta amable señora está equivocada, todos los días desde que llegué aquí, al mediodía, un viejo y querido amigo viene, se sienta en mi cama, me toma de las manos, se inclina ante mí y me dice: Jaime solo vine para agradecerte y decirte lo feliz que me haces. Te amo y perdono tus pecados. Siempre me gustó escuchar tus oraciones y estas siempre en mi corazón, así que, este es Jesús, reportándose”.

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