En el siguiente artículo encontrarás un amplísimo recorrido bíblico en el que se explica lo que sucede en las Bodas de Caná y sobre todo el trasfondo qu tiene y que la iglesia lo ha venido desvelando con el paso de los siglos.
MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ
Jn 02, 01-12 M/BODAS-DE-CANA CANA/BODAS
Juan escribe su evangelio en torno al 90-100 d.C. Es, por tanto, el autor más tardío del NT, como tal, transmite a la iglesia una de las reflexiones más maduras sobre la persona y la obra del Salvador.
Alude a la madre de Jesús en el prólogo (1,13), con tal que se acepte la lectura de este versículo en singular. Luego, en el c. 6, v. 42, recoge este comentario de los judíos: «¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y cuya madre nosotros conocemos? ¿Cómo dice ahora: He bajado del cielo?» Pero los dos pasajes Marianos clásicos del cuarto evangelio son las bodas de Caná (2,1-12) y la escena del Calvario (19,25-27): dos episodios estrechamente relacionados, ya que se apelan mutuamente como si fueran una gran inclusión. Dedicaremos unas notas explicativas a cada uno de ellos.
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Caná es una aldea de Galilea, mencionada tres veces en el evangelio de Juan (2,1; 4,46; 21,2). Flavio Josefo (s. I d.C.) la recuerda en su autobiografía. En cuanto a su ubicación los pareceres no van de acuerdo. Los autores medievales con algunos modernos, opinan que se trata de Kirbet Qana, localidad en ruinas situada en el límite septentrional de la llanura de Battôf al abrigo de una montaña. Está bastante cerca de Séforis, una ciudad importante de Galilea, a unos 14 kms. al norte de Nazaret. Pero de ordinario se localiza a Caná en la alegre aldea de Kefar-Kana, a unos 8 kms. al nordeste de Nazaret, en el camino que lleva a Tiberíades.
Un día, en aquella aldea, se celebraban unas bodas (Jn 2,1a). María estaba entre los invitados a su celebración, quizá por motivos de parentesco. En efecto, una tradición cristiana del s. XII (referida, por ej., por Juan de Würzburgo en 1165) dice que Séforis era la patria de Ana de la que —como atestigua el Protoevangelio de Santiago (s. II)— nació la Virgen. Y Séforis se encontraba cerca de Caná. La invitación se extendió también a Jesús y a sus discípulos (v. 2). En el origen de este gesto de cortesía había probablemente motivos de amistad. En efecto, Juan nos informa que Natanael uno de los apóstoles escogidos por Jesús (Jn 1,43-51), era precisamente natural de Caná (21,2).
Según las costumbres del AT, las fiestas de la boda duraban normalmente siete días (Gén 29 27, Jue 14,12; Tob 11,20), pero podían prolongarse durante dos semanas (Tob 8,20; 10,8). Y eran lógicamente la ocasión de un alegre banquete (Gén 29,22; Jue 14,10, Tob 7,14), servido de ordinario en casa del esposo (cf Mt 22,2). Por tanto, se necesitaba —como es fácil comprender— tener una buena provisión de vino. Y esto fue lo que falló en Caná (v. 3a).
El malestar de la situación no se le pasó de largo a la atención femenina de María, que puso al corriente de ello a su Hijo (v. 3b). Después de una respuesta un tanto enigmática (v. 4), Jesús escuchó la petición de la madre. En efecto, convirtió en vino copioso el agua contenida en las seis tinajas, puestas allí para las abluciones rituales que los judíos realizaban antes de sentarse a la mesa (vv. 6-10). De esta forma Jesús dio comienzo a sus prodigios y fue aquél el signo que suscitó la fe incipiente de los discípulos en él como mesías (v. 11). Todo esto —podemos pensarlo así— constituye el núcleo de lo que ocurrió en Caná, durante aquel banquete de bodas que estuvo a punto de terminar con una amarga desilusión.
Juan, que era probablemente uno de los comensales, registra este episodio en su evangelio. Cuando él escribe (entre el 90 y el 100), recuerda e interpreta al mismo tiempo. El Espíritu Santo, derramado por Jesús resucitado, guiaba a la iglesia hacia la comprensión más plena de las palabras y de los gestos de Jesús (cf Jn 14,25-26, 16,13-15). «Lo que yo hago —decia el Señor a Pedro durante el lavatorio de los pies en la última cena— ahora tú no lo entiendes; lo entenderás más tarde»(Jn 13,7). Gracias al don clarificador del Espíritu Juan está en disposición de penetrar en el sentido arcano que se escondía en aquel episodio de las bodas de Caná. Justamente él lo define como un signo (v. 11), es decir, como un hecho que en sus apariencias exteriores remite a una realidad más intima, más oculta, inherente en definitiva al misterio mismo de la persona de Jesús.
En las siguientes lineas nos limitaremos a algunas reflexiones sobre la presencia y la función que tuvo María en aquella epifanía incipiente de su Hijo. Jesús y la Virgen María en las Bodas de Caná